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  • Raúl Lorenzo

La Canadiense


Aquellos días, Barcelona se iba a la cama y se despertaba a oscuras. Las existencias de velas, palmatorias y quinqués se habían agotado en los comercios. Los más viejos recodaban que antes se vivía así, sin electricidad, y tan felices que habían sido en su juventud.


Pero aquello no era de recibo. En los tiempos modernos una ciudad del tamaño y categoría de Barcelona no se podía permitir un apagón como aquel. Las pérdidas para los empresarios empezaban a ser inasumibles y el nerviosismo en la patronal iba en aumento a medida que se conocía el alcance de la huelga de La Canadiense. Los trabajadores se habían organizado y unido de una manera sin precedentes en la clase obrera española. Los vientos revolucionarios que soplaban con fuerza en Rusia parecían haber llegado a Cataluña en forma de tramontana sindicalista.


Las semanas transcurrían con la incertidumbre de hasta dónde podían llegar los trabajadores con sus reivindicaciones. Con la CNT al frente de la huelga, la burguesía catalana temía que aquello solo fuera la punta de lanza de la implantación del bolchevismo, primero en Cataluña y luego en el resto del país. En las principales ciudades españolas, todos leían con especial atención cuanto se publicaba en la prensa, atentos a cualquier señal que pudiese dar la pista de una posible expansión de la huelga fuera de la ciudad condal.


Finalmente, tras diversos movimientos del Gobierno por reconducir la situación, con la presión del empresariado para que se zanjase de una vez por todas aquella catástrofe y el ruido de sables proveniente de la Capitanía General de Barcelona, la dirección de La Canadiense se avino a negociar con el comité de huelga. El acuerdo era claramente favorable a los trabajadores, que habían alcanzado un triunfo histórico. Entre otras medidas, habían obtenido el reconocimiento de la jornada laboral de ocho horas. El Gobierno la aprobaría poco tiempo después, convirtiendo a España en una de las pioneras en tenerla promulgada por ley.


Empero, a los ojos de muchos aquello fue ir demasiado lejos, y la patronal terminaría por cobrarse su venganza: pocos años después animó y auspició la asonada militar de Primo de Rivera.


Ha transcurrido exactamente un siglo desde aquellos acontecimientos, tras los que se han sucedido regímenes y gobiernos de todas las tendencias, guerras, crisis, épocas de bonanza, nuevas crisis… Pero algo ha perdurado gracias a aquellos valientes y solidarios obreros de La Canadiense: el convencimiento de que la unidad de los trabajadores es crucial para la consecución, el mantenimiento y el respeto de los derechos laborales.


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