top of page
  • Raúl Lorenzo

Carta a Sara



Querida Sara:


Hace tiempo que no tengo noticias tuyas, por eso he decidido tomar la iniciativa y volverte a escribir. No repetiré lo dicho en mi última carta, pues no tengo duda de que la has recibido y leído. Tus razones tendrás para no haber respondido en este intervalo de tiempo. Como bien sabes, no te juzgo; no lo hice entonces, hace dos años, cuando era muy fácil criticarte, por las circunstancias, y no lo haré ahora. Pero me apena que hayas tomado la decisión de guardar silencio. Nuestras cartas no solo nos sirven para estar en contacto, salvando la lejanía que no nos permite vernos en persona, sino que, especialmente, son una vía de escape para todos los sentimientos encontrados que alojamos en nuestro interior. Mi experiencia en esta larga vida me ha demostrado que todo lo que nos guardamos termina pudriéndose si no lo aireamos a tiempo.


Durante el último invierno, Benjamín ha estado melancólico, muy callado, y, a veces, evasivo con su abuela y conmigo. A medida que crece, creo que es más consciente de lo que ocurrió, aunque casi nunca nos pregunta nada. Es un chico inteligente, en eso sale a ti, puedes estar orgullosa. Probablemente, en el colegio habrá oído decir algo a sus compañeros, pero él es muy reflexivo y también habrá sacado sus propias conclusiones. Nosotros lo solemos dejar a su aire, no queremos invadir su espacio y respetamos su intimidad. Tratamos de educarlo de la mejor manera posible, cariño no lo falta, por ese lado puedes quedarte tranquila. Solo es que, en ocasiones, se nos hace muy cuesta arriba a Rebeca y a mí criar a un niño como Benjamín, después de lo que pasó y a nuestra edad. Sin embargo, aceptamos el encargo que Dios nos hizo, y nos ocupamos de él con devoción, para que no note la ausencia de sus padres y crezca como un niño más.


El otro día encontré, en una caja llena de libros y documentos, mientras limpiaba el desván, una vieja libreta de tapas rojas, con unos poemas tuyos. Espero que no te importe que los haya leído. Dudé si enviártela o no, pero luego pensé que tal vez a Benjamín le gustaría conservarla en el futuro, como un recuerdo de su madre. Sin embargo, aún no se la he mostrado, es muy pequeño para entender lo que escribiste. Por mi parte, leo tus poemas y puedo sentir tu dolor y amargura mientras los escribías. Todo lo que no pudiste o supiste exteriorizar en aquella época, sin embargo, lo plasmaste nítidamente en esos poemas. He entendido cuán desesperada y necesitada de ayuda estabas y, con mucha pena y arrepentimiento por mi parte, cómo no nos dimos cuenta de lo que ocurría, cómo no supimos interpretar las señales que, ahora inequívocas, nos llegaban poco a poco.


No hay día en el que no trate de comprender cómo fue posible que la vida tan feliz que llevábamos se truncase tan abruptamente. Rebeca y yo nos volcamos con la educación de Jacob. Para nosotros, su llegada al mundo fue una bendición; ya pensábamos que no podríamos tener hijos cuando el Señor nos lo envió. Por eso nos desvivimos tanto por él. Siempre tratamos de elegir lo mejor, pensando en su futuro. Nunca lo dejamos andar con malas compañías y lo alejamos de cualquier vicio o tentación. Lo criamos para que fuera un hombre temeroso de Dios. Cuánto nos alegramos cuando te trajo a casa aquella primera vez y nos presentó oficialmente. Nos dimos cuenta al instante de que eras una buena persona, la más adecuada para nuestro hijo. Y el día de vuestra boda fue el más feliz de nuestras vidas. ¡Una linda muchacha, con un enorme corazón, se convertía en nuestra hija! Y qué decir del nacimiento de Benjamín; Dios nos premiaba nuevamente con aquella Gracia.


¡Ay, Sara! ¿Cómo fue posible que nuestro Jacob cambiase tanto? ¿En qué momento abandonó el camino del Señor para adentrarse en el del Mal? ¿Por qué estábamos tan ciegos ante tu sufrimiento? ¿Por qué Dios ‒y que Él me perdone‒ permitió que te sometieran a esos tormentos? ¿Por qué cargaste tanto tiempo, tú sola, con esa pesada cruz?


A veces pienso ‒este viejo no hace más que pensar‒ que si fue Dios quien puso la afilada hoja en la mano de Abraham para sacrificar a su hijo, también fue Él quien puso en tu mano el cuchillo aquel fatídico día. No obstante, quién soy yo para interpretar los designios de Dios. Él imparte justicia a su manera, y nosotros a la nuestra, aunque siempre a la espera del Juicio Final. Mientras, tendrás que cumplir con esa condena que tanto dolor viene a añadir a nuestra familia.


Sara, no dejes de escribirnos, no cortes los lazos con quienes rezamos cada noche por ti, por la salvación de tu alma. Ten en cuenta, si no lo has hecho ya, que algún día estas cartas serán el único recuerdo que Benjamín tendrá de nosotros. Y me atrevo a pedirte algo más. En tu próxima carta incluye alguno de los poemas que, seguramente, has escrito durante tu reclusión.


Me despido, hasta la próxima carta, con todo mi corazón.


Samuel.

24 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

La derrota

Chicks

bottom of page